martes, 26 de marzo de 2019

Apocalypse




Nevaba afuera. 





La entrada de la casa se encontraba unida a un túnel que estaba algo atrofiado de tanto hielo y nieve, así que no se sabía con exactitud donde quedaba el acceso. De repente, sentías que tu cuerpo se desprendía del suelo y empezabas a caer por una especie de tobogán, donde tampoco podías ver demasiado, porque la nieve caía contigo. Algunos parpadeos conseguían luz, aunque ella permanecía muy minúscula. En algún punto, yo, empezaba a sentir que caía ya no solo con nieve, sino en compañía de agua, agua que me inundaba y me hacía el transcurso más inquieto al movimiento, hasta que finalmente, la gravedad me detuvo con el líquido, empapándome la ropa de invierno que sin embargo, cumplía su función de ser una indumentaría abrigadora. 
Al no tener ya obstáculo para ver, abrí los ojos y sentada aún en la parte final, pude visualizar la magnitud del tobogán, que parecía venir del cielo, ya que los metros de distancia y su arquitectura en espiral eran inalcanzables de ver desde una perspectiva tan inferior. La luz era increiblemente blanca en ese momento, del color del sol al medio día, pero fluorescente, bien que ello no molestaba en absoluto mi vista. 
Me levanté precisando el suelo cubierto de agua, estaba apacible porque se sentía cálida y llegaba solo a los tobillos. Me retiré mi atuendo de invierno y empecé a caminar. No estaba sola, habían muchos invitados alrededor divirtiéndose y jugando en el lugar. Me saludaban y yo a ellos, no obstante seguía mi camino. Al parecer, era consciente de la estructura del lugar.
Abrí una puerta y al entrar por ella, aparecieron muebles con diferentes tonos marrón, espejos, lámparas extravagantes y decoraciones con paletas de colores excepcionales. 

Volví a recorrer un largo camino y en un mismo nivel de piso, seguía encontrándome con muchos invitados. Exitósamente, llegué al otro extremo de la casa, abrí otra puerta e inmediatamente pude sentir que esto era lo que buscaba; el balcón. Allí estabas tú, sentado de espaldas, esperando a que yo abriera los postigos de las ventanas. Al hacerlo, vimos el atardecer que dudo mucho algún día pudiésemos ver en el mundo real. El mar estaba frente a nosotros y encima de él, un cielo con tonos lilas, verdes y naranjas, tonos que comenzaron a mezclarse para convertirse en auroras. Estábamos en casa, en nuestra casa.