Seis de la tarde. Precioso atardecer, yo y mis cielos rosas.
Corría, y como de costumbre iba tarde.
Alguien me esperaba, sentado en Tepuy, con las piernas cruzadas, y con su hábito improvisto, leyendo algún libro sacado de cualquier librería de la ciudad.
Me vio llegar a través de la ventana, mi reflejo debió avisarle que hace rato lo estaban observando. Noté que sus deseos de verme eran mayores a los míos, al verlo salir sobresaltado sin haber podido contenerse esperándome en la mesa. Aun así, me saludó de la manera más formal, tomó mi abrigo y sin preguntarme, ordenó algo por mi.
Fue difícil encontrarnos en esa situación, era la última vez que nos volveríamos a ver. Nuestras decepciones juntos estaban muy acumuladas, nunca, pudimos creer que nuestros diferentes métodos de vivir fuera lo que le diera fin a todo, lo que juntos habíamos logrado construir.
Luego de tantas conversaciones, de darle vueltas a nuestros asuntos una y otra vez, preferimos dejar que el destino se encargara de poner en su lugar cada cosa que sentíamos. Me abrazó tan fuerte que el frío causado por el vértigo que sentía, instantáneamente desapareció. Era su última noche conmigo, en Bogotá, en Colombia. Su vuelo a Berlín partía a las Cinco de la mañana. Hizo un par de llamadas algo cortantes, dijo que así tendríamos toda la noche para despedirnos.
El tenía mil estrellas fugases dentro de su alma, cada capricho que se me antojaba, el me lo cumplía. Después de hacer unas tediosas compras ilegales, charlas, y recorridos con taxistas, Once de la noche, ya, algo colocados , llegamos a Full 80's, y todo lo que recordábamos de nuestras vidas, lo cuerdo que permanecía dentro de cada uno, todo, quedó dentro de ese lugar.
Despedimos todos los recuerdos con una canción,
dejamos caer una sensación irremediable, con el amanecer.
Tres de Agosto. 5:41 am.
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