Egocentrismo del deseo.
Cuando deambulaba hacía el occidente, se dio cuenta que aquel lugar nuevo estaba rodeado de individuos a la entrada, así que giró de nuevo hacía el oriente y después de un tiempo, decidió entrar al sitio hecho galería de día y un misterio de noche.
Al ingresar, el espacio se plasmaba en oscuridad, ambiente umbroso, pero con tenues luces color naranja. Las personas allí dentro se contemplaban dispersas y a la vez pequeñas, por la gran dimensión del lugar; ella, solo se dedicó a explorar y observar. Apreció demasiadas veces el trayecto de las escaleras, hechas en espiral y conectadas por lo menos con tres pisos. El primero, demostraba ser un ambiente lóbrego, donde la gente bailaba sin pretexto, sin tapujos, contrastando con la vista del segundo nivel.
Todo resultó convertirse en una apoteosis, apoteosis que se transformó en frenesí, al notar que las personas comenzaron a fornicar sin que nadie se detuviera a mirarlos, insultarlos o separarlos por tal acción en un espacio público. Ello le contrajo a esta mujer, una sensación de nervios.
En el transcurso de la noche tan solo resolvió intercambiar cada tanto de atmósfera. Del primero al segundo, del segundo al primero, olvidándose inconscientemente de la existencia del tercer piso. En uno de esos trayectos, de subir y bajar, su mirada se cruzó con la de un hombre lo suficientemente atractivo. Su amaneramiento hacía notar su homosexualidad; ello le había quedado claro, hasta que sus miradas no paraban de hallarse y tropezarse alrededor.
Finalmente, él vino hacía ella con intención de bailar.
Inexplicablemente y llegando ese momento de moverse homogéneamente, todo se volvió sensorial sin siquiera tocarse. El clima en el contorno se alteró a lo apasionante, transformándose en la manipulación de la acción. Él, bajó la bragueta de su pantalón, haciendo notar que no llevaba ropa interior ya que sobresalía la magnitud de su erección, se puso un preservativo en instantes y ella, enseguida no sintió más necesidad que responder con atributos y seducción; alzándose su falda y demostrándole de igual forma solo estar cubierta por aquella prenda y sus ligueros. Se sostuvo en la superficie de la barra, mientras él la penetraba por detrás con lentitud pero con fuerza, logrando que Antonia no pudiera controlar sus gemidos que lograban escucharse en eco, queriendo ser admirada y resaltar ante todos el cómo estaba siendo deliciosamente follada.
Toda una provocación.
La luz estaba encendida, las paredes eran del color de las nubes durante el día y el techo como el cielo; se dimensionaba completamente lejos. En todo el centro del cuarto se posaba un colosal proyector cinematográfico y paulatinamente, prendas de vestir en tamaño XXXL tendidas sobre él. Al abrir la puerta del cuarto reflexionó que aun continuaba en el lugar hecho misterio de noche. Salió a un pasillo ininteligible, hasta lograr fijarse que yacía en el tercer piso. Cruzando un recorrido rebosante de taciturna soledad, bajó hasta llegar a la puerta principal, golpeándose con un desmesurado espejo que bloqueaba todo el exterior de la realidad.
Y aquí estuvo siempre, sola, dentro de su eterno reflejo imaginario, ficticio, simulado, artificial, aparente, postizo, teatral.