Nevaba afuera.
La entrada de la casa se encontraba conectada a un túnel que estaba algo atrofiado de tanto hielo y nieve, y por ende, no sabía con exactitud donde quedaba el acceso del pasaje, hasta que, de repente, sentí que mi cuerpo se desprendió del suelo y empezó a caer por una especie de tobogán, donde tampoco podía ver demasiado, porque la nieve caía conmigo. Algunos parpadeos conseguían luz, aunque ésta permanecía muy minúscula.
En algún punto, yo, empezaba a sentir que caía ya no solo con nieve, sino en compañía de agua, agua que me inundaba y me hacía el transcurso más inquieto al movimiento, hasta que finalmente, la gravedad me detuvo con el líquido, empapándome la ropa de invierno que sin embargo, cumplía su función de ser una indumentaria abrigadora.
Al no tener ya obstáculo para ver, abrí los ojos y sentada aún en la parte final, pude visualizar la magnitud del tobogán, que parecía venir del cielo, ya que los metros de distancia y su arquitectura en espiral eran inalcanzables de ver desde una perspectiva tan inferior. La luz era increíblemente blanca en ese momento, del color del sol al medio día, pero fluorescente; bien que ello no molestó en absoluto mi vista.
Me levanté precisando el suelo cubierto de agua, estaba apacible porque se sentía cálida y llegaba solo a los tobillos. Me retiré mi atuendo de invierno y empecé a caminar. Vi la entrada de la casa. Al visualizar el entorno, no estaba sola; habían muchos invitados alrededor divirtiéndose y jugando en el lugar. Me saludaban y yo a ellos, mientras seguía el camino para llegar a casa. Al parecer, era consciente de la estructura del lugar.
Abrí una puerta y al entrar por ella, aparecieron muebles con diferentes tonos marrón, espejos, lámparas extravagantes y decoraciones con paletas de colores excepcionales.
Volví a recorrer un largo camino y en un mismo nivel de piso, seguía encontrándome con muchos invitados.
Exitosamente, llegué al otro extremo de la casa, abrí otra puerta e inmediatamente pude sentir que esto era lo que buscaba; el balcón. Allí estabas tú, sentado de espaldas, esperando a que yo abriera los postigos de las ventanas. Al hacerlo, vimos el atardecer que dudo mucho algún día pudiésemos ver en el mundo real. El mar estaba frente a nosotros y encima de él, un cielo con tonos lilas, verdes y naranjas, tonos que comenzaron a mezclarse para convertirse en auroras.
Estábamos en casa, en nuestra casa.