Podía escuchar minuciosamente las trompetas del sonido que se escapaba de sus audífonos. Enojada al no poder dormir, quise levantarme de la cama, ir al comedor, intentar distraerme y escribir.
Ya de pie y abriendo la puerta, él pausó mis pasos diciendo: - ¿A dónde vas?
- No puedo dormir.
- Pues yo tampoco, ven.
- Estás frío conmigo, iré a escribir.
- La fría eres tú. Me dijiste hasta mañana y me diste la espalda.
- Te besé ocasionalmente durante la noche y no demostraste en ningún momento lo apacible que eso te hubiera podido hacer sentir.
- Tus besos me embelesarán perpetuamente, solo disfrutaba hacerme el difícil mientras me besuqueabas a tu antojo.
Me quedé callada.
... No te quedes ahí parada en el umbral, ven!
Fui de nuevo a acostarme y me cubrió en su lecho. Sus sosegados y cálidos brazos rodearon mi silueta, mientras situaba aquel sonido de Jazz en uno de mis oídos. Me dio un beso en la frente y prontamente su ternura se abandonó a la concupiscencia de consumirme con la fruición elocuente de todo su ser.